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onglovmendthes1986

El Soldadito De Plomo Download



Cuento infantil "El soldadito de plomo" de "Hans Christian Andersen" narrado e ilustrado, especial para tus pequeños. Para la hora de dormir, para el coche, para los restaurantes, en la cita del doctor, etc.Este cuento tiene ilustraciones atractivas para los mas pequeños, es simple y esta narrado por una mama, tus hijos solo deben paginar con su dedo como si leyeran un cuento impreso.Espero que lo disfrutes tu y tus hijos y si quieres algun cuento en especial solo escribeme.Busca la aplicacion gratuita "Ilumina al Soldadito de Plomo" donde tu pequeño podra iluminar a nuestro valiente amigo.




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Había una vez un niño que le llegó un paquete de correo y en ese paquete había una caja de soldaditos de plomo aunque uno no tenia pierna era el favorito del niño ese soldadito se enamoró de una bella bailarina


Unos niños pusieron al soldadito de plomo en un barco de papel entonces el navegó por las inundaciones que había causado la lluvia hasta que fue arrojado por el agua a una coladera.


Después el soldadito de plomo se encontró con una rata que le decía que para pasar por sus aguas necesitaba un permiso entonces el soldadito de plomo se puso firme y cayó por la coladera y así continuó hasta el mar.


Entonces la bailarina y el soldadito de plomo estaban juntos y de repente la bailarina cayó a la chimenea y el soldadito de plomo sin saber que hacer caminó lo más que pudo y acompaño a la bailarina a su triste destino.


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2 Tesoro de la juventud EL SOLDADITO DE PLOMO Del libro de las narraciones interesantes DE un viejo cucharón de plomo nacieron veinticinco soldados de infantería, todos iguales. Con el fusil al brazo, con bayoneta calada, la mirada fija, el capote azul y el pantalón rojo, qué aspecto tan marcial tenían todos! La primera frase que escucharon en este mundo cuando levantaron la tapa de la caja en que estaban encerrados, fue este grito: Soldaditos de plomo!, que lanzó un niño palmoteando de alegría. Le habían regalado la cajita como presente por ser el día de su cumpleaños, y se divertía en formarlos sobre la mesa y en dar batallas con ellos. Todos los soldados se parecían perfectamente, a excepción de uno, que sólo tenía una pierna: le habían echado el último en el molde, cuando no quedaba plomo bastante para hacerlo entero. Sin embargo, se mantenía tan firme sobre aquella pierna, como los demás sobre las dos. De este soldadito es del que vamos a hablar. En la mesa en que estaban formados en fila nuestros soldados, había otros muchos juguetes; pero el más bonito era un precioso castillo de cartulina de colores. Por las pequeñas ventanas se podían ver hasta. sus salones y los pasillos. A un lado del castillo se elevaban unos pequeños arbolitos en torno de un espejo, que imitaba un lago: algunos cisnes de cera nadaban y se reflejaban en el. Todo esto era muy bonito; pero lo que más llamaba la atención era una hermosa bailarina, tan extraordinariamente linda, que el infeliz soldado cojo no pudo menos que enamorarse de ella. Estaba colocada la bailarina en la sala principal del castillo: era también de cartulina; pero estaba tan bien hecha, que al soldado le pareció que le miraba y quería hablarle, sin duda porque aquel soldadito, por su misma desgracia de faltarle una pierna, era más digno de lástima que sus compañeros. El soldadito agradecía mucho a la bailarina que le mirase tan cariñosamente; se olvidaba de jugar con sus compañeros, y se pasaba horas enteras embobado, contemplándola. Cansado de jugar el niño, fueron recogidos los soldados de plomo en su caja, menos el soldado cojo que estaba separado de los demás pensando en la linda bailarina. Entonces los juguetes que habían quedado en la mesa comenzaron a divertirse solos: primero jugaron a la gallina ciega, después jugaron a hacerse la guerra, y, por último, jugaron al corro. Los soldados de plomo se agitaban en su caja porque querían tomar parte en el juego; pero, cómo levantar la tapa? El cascanueces hizo piruetas, y el lápiz se puso en pie sobre la punta y trazó mil caprichosas figuras. Llegó a ser tan grande el ruido, que el jilguero, que dormía en su jaula, se despertó y empezó a cantar. Los únicos que no se movían de su puesto eran el soldado de plomo, que presentía una desgracia, y la bailarina que continuaba mirándole, corno diciéndole que tuviese valor y no temiera nada, con lo cual el soldadito se tranquilizó y continuó tan firme como siempre sobre su única pierna, arma al brazo.


3 A media noche, crac!, la tapa de la tabaquera saltó; pero en lugar de tabaco había dentro un muñeco con larga barba verde. Era un juguete de sorpresa; pero muy feo y de malas intenciones, que quería mal al soldadito, especialmente desde que había notado la insistencia con que éste y la bailarina se miraban. - Qué miras ahí como un pasmarote?-dijo el muñeco.- Márchate ahora mismo, o te acordarás de mí! El soldado se encogió de hombros e hizo que nada oía. - Ya que no me haces caso, espera a mañana, y verás!-continuó el muñeco de la barba verde. Cuando los niños se levantaron al siguiente día, encontraron al soldadito cojo y le pusieron en la ventana, no lejos del muñeco de la barba verde, que, saliendo bruscamente de su caja, le empujó con tal violencia, que le arrojó de cabeza desde el tercer piso a la calle. Qué caída tan espantosa! El pobre soldadito quedó con el pie hacia arriba, con todo el cuerpo sobre el capote, y con la bayoneta clavada entre dos losas del piso. El niño y la criada bajaron a buscarle; pero aun cuando estuvo en poco que le pisaran, no pudieron verle. Si el soldado hubiese gritado: Aquí estoy, no me piséis!, le habrían encontrado; pero creyó que eso sería deshonrar el uniforme, y permaneció callado, aunque lleno de pena al ver que no daban con él. Obscurecióse el cielo, empezó a llover, y las gotas se sucedieron sin intervalo: aquello fue un verdadero diluvio. Cuando descargó del todo la nube y acabó la tempestad, pasaron dos niños. - Mira!-dijo uno.- Aquí hay un soldado de plomo! Hagámosle navegar! Hicieron un barco con un periódico viejo, pusieron dentro al soldado de plomo, y lo hicieron bajar por el arroyo. Los dos muchachos corrían a su lado y aplaudían con las manos. Qué remolinos tan furiosos había en aquel arroyo! Qué fuerte era la corriente! El barco de papel, empujado en distintas direcciones, se movía de una manera descompasada; pero, a pesar de todo, el soldado de plomo, aunque empezaba a sentir los efectos del mareo, permaneció en pie, impasible, con la mirada fija y el arma al brazo. De pronto la corriente se hizo más furiosa y el barco se sumergió en una alcantarilla obscura como boca de lobo y en que reinaba un olor pestilente. - Adónde he venido a parar?-se preguntó el soldado.-sin duda, es el muñeco de la barba verde el que me causa este mal. Pero no me importa! Yo le perdono y no temo nada. Lo que me apena es que tal vez no vuelva a ver más a mi linda bailarina. No tardó en presentarse una gran rata: era un habitante de la alcantarilla. - Pronto, enséñame tu pasaportes- dijo al soladito de plomo. Pero éste guardó silencio, y se quedó tan tranquilo como si nada le ocurriese. La barca, aunque con trabajo y deteniéndose a trechos, continuó su camino; la rata la perseguía rabiosa, rechinando los dientes y gritando a sus compañeras: Detenedle! detenedle! No ha pagado su derecho de pasaje; no ha querido enseñarme su pasaporte! Por fortuna la corriente era cada vez más rápida, y el soldado empezó a ver la luz del día; pero oía al mismo tiempo un murmullo formidable, capaz de asustar al militar más valeroso. La alcantarilla desaguaba en el río; y al caer sus aguas formaban un salto que, con relación al soldadito, era mayor que para nosotros las cataratas del Niágara. La barca ya no podía detenerse, y se lanzó en el abismo. El bravo soldado se mantenía tan tieso como era posible, y nadie se hubiera atrevido a decir que ni aun siquiera pestañeaba: si tenía miedo, lo disimulaba muy bien. Al caer al río, y después de haber dado muchas vueltas la barca sobre sí misma, se llenó de agua; iba a hundirse. Ya el agua le llegaba al cuello del soldado, 2ff7e9595c


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